Formación Espiritual

Hallados por la Gracia, Guiados por el Amor

¿Quién dejaría de aferrarse de las perforadas manos del Señor que sufrió tanto por salvarnos?  by El Mayor David Repass

Cuando era niño no tomé placer en participar mucho en los deportes. No por ninguna deficiencia física, sino que se me hacía difícil el recordar las diferentes reglas de cada juego. Me confundían cosas como que en el fútbol no se toca la pelota con la mano, pero en el basquetbol sólo se utilizan las manos. Mi energía juvenil tuvo que buscar otras avenidas de expresión.

Al comenzar la escuela, los maestros de educación física rápidamente descubrieron mi limitación y determinaron que mi potencial sería descubierto en las carreras de pista. Siendo uno de los deportes más sencillos y, como no era muy rápido, el entrenador me puso en las carreras más largas. Lo único que tenía que hacer al darnos la señal era empezar corriendo y seguir hasta el final.

En nuestra vida en Cristo también vemos esta simple disposición. Nacemos al tomar el primer paso de fe, creyendo que Su santa sangre nos limpia de todo pecado. Luego continuamos nuestra relación con Dios dando pasos cada día, con el Espíritu Santo que nos ayuda a crecer en Su amor (Juan 14:26; 1 Juan 4:14).

Teniendo constantemente presente que no merecemos el amor de Dios, aprendemos entonces que no necesitamos hacer buenas obras para que Su afecto continue siendo ofrecido. Por Su amplia amabilidad, Dios no nos impone la imposible responsabilidad de continuar acarreando Su favor haciendo esmeros de nuestra parte. No podemos ganar Su bendición, sino que por fe recibimos Su constante cariño. (Esto era lo que Jesús quería enseñarle al intérprete de la ley que le visitó en Lucas 10:25-37.)

Dios demostró Su amor para con nosotros antes de que nosotros le conociéramos y optáramos por aceptarle (Romanos 5:8). Él nos amó primero causando en nosotros la insuperable alegría de ser encontrados por el Buen Pastor (1 Juan 4:10, 19). Nuestro amor es pues una respuesta a Su amable dádiva.

Al nacer en Cristo, nace en nosotros un deseo de agradarle en gratitud por Su bondad (1 Juan 2:3-6). Esto sin nunca perder de vista que es el continuo derrame de Su amor en nosotros que nos impulsa a responder en obediencia. Al conocer más y más de Su gracia, aumenta en nosotros la sumisa disposición de acatar Sus mandatos. Y Sus dictámenes no se nos hacen “gravosos” pues ellos sólo aumentan en nosotros el conocimiento de Sus propósitos para nuestro bien (Romanos 8:28).

Nuestro rescate del pecado nos llena de gratitud hacia Quien nos rescató. Vemos un hermoso ejemplo de este cambio en Lucas 7:36-50 cuando una mujer se llega y llora a los pies del Maestro. Habiendo sido liberada de una vida pecaminosa, ahora profusamente le demuestra su humilde gratitud a su Libertador.

Escuchando las quejas de los otros invitados a la cena, Jesús les cuenta de un acreedor que tenía dos deudores. Jesús les preguntó, “¿Cuál de los deudores sintió mayor aprecio cuando la deuda de ambos fue borrada?” El anfitrión correctamente contestó que el que había tenido la más grande infracción sintió la más profunda gratitud.

Así también nosotros aprendemos que cuanto más descubrimos la distancia que Dios recorrió para encontrarnos, más aumenta en nosotros el deseo de alabarle. Nuestra incurable pena ha sido totalmente erradicada por Su gracia, y hace pobres nuestras palabras para cantar de Su amor. La gran mayoría de los Salmos contienen desenfrenadas expresiones de gratitud y efusivas invitaciones a alabar al que nos brindó Su apoyo.

Este mismo creciente gozo nos impulsa a desear más de Su sabiduría y dirección. Si con inesperado esfuerzo por redimirnos Dios no escatimo a Su propio Hijo: “¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” (Romanos 8:32, NVI). Nuestra floreciente relación con el Magnánimo Monarca nos permite confiadamente acercarnos a Su trono para indagar por respuestas (Salmo 25:4-5). Pues de Su parte, vemos que Dios siempre “da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (Santiago 1:5, NVI).

Al escudriñar Su palabra, muy pronto encontramos el máximo método para expresar nuestro aprecio por Su salvación. Jesús mismo claramente indicó que la demostración más acertada es en obedecer Sus instrucciones (Juan 14:15). Añadiendo que esta simple dedicación aumentará la fraternidad que tenemos con el Trino Dios (14:23). En otra parte nos advierte que la mecánica repetición de actos aparentemente buenos tampoco le engaña (Mateo 7:21-23).

El mantener una relación con Dios es el deleitoso balance de abrir nuestros corazones a Su dirección y cuidado (Proverbios 3:5), esforzándonos a responder a Su llamado cotidiano (Santiago 1:22), tomando cada paso con fe de que Su mano nos guía (Juan 16:13) y reconocer las múltiples bendiciones que otorga el profundizar nuestra amistad con Él (Salmo 19:7-11).

La completa exposición bíblica nos demuestra que la intención del Supremo fue de crearnos para tener una relación íntima con nosotros. Nuestra caída requirió Su socorro y, conciente de nuestra propensidad por distraernos, Dios nos obsequia Su constante presencia. El que todo lo sabe y todo lo ve se ofrece para guiarnos. ¿Quién sería tan insensato para despreciar esta sublime caridad?

Creemos que el continuar en estado de salvación depende del ejercicio constante de la fe y obediencia a Cristo. ¿Quién dejaría de aferrarse de las perforadas manos del Señor que sufrió tanto por salvarnos? 

Image via Getty

ALL Articles